Ninguna visión del matrimonio puede ser, ni tan elevada ni tan santa como la de nuestra Iglesia. Sin embargo, ella conoce algo más elevado. La Mujer, que se nos propone para todos los tiempos como arquetipo de la maternidad, se decidió, en contra de toda la tradición de su pueblo, a no pertenecer a ningún hombre. Ella puso todo su ser al servicio del Señor. Así se convirtió en el arquetipo de la virginidad consagrada a Dios, arquetipo de la Esposa de Cristo. Estar unida a Dios en una comunidad permanente de vida es la más alta forma de vida a la que se puede ser llamado. Es la vocación de cada alma individual, es la vocación de la Iglesia. Pero nadie podrá encarnarlo tan encarecidamente como la mujer que consagra toda su vida al servicio del Señor.