Si yo no pusiese mi cuidado más que en conocer los preceptos formales sabría lo bastante, sin duda, para evitar el pecado; pero no sabría lo bastante para elevarme a las alturas de la virtud. Podría no ofender a Dios demasiado; pero ignoraría los grandes secretos para agradarle. Lograría poco más o menos preservar mi alma de la enfermedad y de la muerte; pero no sabría llevarla hasta los grandes manantiales de la vida. Conocería las primeras líneas de los designios de Dios sobre mí, pero la grandeza de sus ideas, las magnificencias de sus deseos seguirían ocultas para mí. Si quiero, como los santos, comprender la anchura y la largura, la altura y la profundidad, saber sobre todo la caridad de Cristo, que excede a toda ciencia, y llegar así a toda la plenitud de la vida de Dios y verme colmado de sus dones, tengo necesidad de meditar los consejos, meditándolos, a fin de penetrar su sentido divino y su alcance infinito. (José Tissot, La vida interior)