¡Oh dichosas lágrimas!, que en vosotras padecen naufragio nuestros enemigos, en vosotras se ahogan los malos pensamientos y con vosotras se mata el fuego de nuestras malas codicias, y se lavan las manchas de nuestros pecados, y se remoja la dureza de nuestro corazón para se ablandar a Dios. Por vosotras va el navío de nuestro deseo muy presto a Dios, porque a las lágrimas nunca falta el aire del Espíritu Santo para las purificar y mover. En las lágrimas el pecador como culebra se baña, para que el cuero viejo de la vida pasada pueda más fácilmente dejar pasando por la estrechura de la penitencia. Vosotras sois bautismo que se puede reiterar, y sois consolación de las ánimas y pan del corazón. Vosotras borráis la sentencia dada contra nosotros, que con sangre se debería borrar si vosotras faltásedes, que también sois colirio para untar los ojos enfermos de los pecadores, y agua bendita contra el demonio, al cual vencéis y alegráis a los ángeles e inclináis a Dios y a los hombres y matáis el fuego del infierno para que allá no se quemen los que aquí lloran.
Tercer abecedario espiritual