Las almas a las que Dios destina al sufrimiento deben estimar mucho tal estado y pensar que sin una asistencia especial de Dios, no pueden serle fieles. Me parece que tenemos un testimonio de esto en la santificación de San Juan en el seno de su madre, que fue para él una gracia preventiva que le confirió la fortaleza necesaria para responder a los designios de Dios sobre su alma. El primer toque que Dios da a las
que su bondad llama por tal camino, viene a ser como esa santificación, siendo como un nuevo nacimiento a la gracia, y como con frecuencia lo recibimos después de llegados al uso de la razón, de nosotros depende el que esa gracia se nos siga otorgando; pero si llegamos a perderla, como a mí me ha ocurrido por preferir mi amor propio al de Dios, debo con gran confusión y humildad volver a pedírsela a Dios, ya que El me ha concedido tantas gracias como la de darme a conocer que su santa voluntad era que yo fuese a El por la cruz, que su bondad ha querido que yo tuviese desde mi mismo nacimiento y no habiéndome dejado casi nunca en toda mi edad (de mi vida) sin ocasiones de sufrimiento; y después de haberme hecho tantas veces estimar y desear tal estado, me he confiado a su bondad (esperando) que hoy me concedería nueva gracia para hacer su santa voluntad, pidiéndole con todo mi corazón me ponga en lugar y estado para ello, por penoso que haya de ser para mis sentidos.