Escuchar la Palabra de Dios es leer eso y decir: ‘¿pero a mí esto qué me dice, a mi corazón? ¿ Qué me está diciendo a mí, con esta palabra?» Y así nuestra vida cambia.
Cada vez que hacemos esto –abrimos el Evangelio y leemos un pasaje y nos preguntamos: ‘¿Con esto Dios me habla, me dice algo? Y si me dice algo, ¿qué me dice?– esto es escuchar la Palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla con el corazón. Abrir el corazón a la Palabra de Dios. Los enemigos de Jesús escuchaban la Palabra de Jesús, pero estaban cerca de él para encontrar un error, para hacerle resbalar, y que perdiera autoridad. Pero nunca se preguntaban: ‘¿qué me dice Dios en esta Palabra?’ Y Dios no habla solo a todos: sí, habla para todos, pero habla a cada uno de nosotros. El Evangelio se ha escrito para cada uno de nosotros.