La santa indiferencia, fruto de la fe

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El alma del hombre de fe se encuentra en una santa indiferencia para los fracasos y los éxitos, dispuesta siempre a decir a Dios: Dios mío, Vos no queréis que termine la obra comenzada. Si os place que yo me limite a obrar con generosidad, aunque siempre en paz, y a esforzarme en realizar mi obra, dejándoos a Vos el cuidado de decidir si recibiréis mayor gloria con esa empresa que con el acto de virtud que su fracaso me obligaría a practicar…, que vuestra santa y adorable Voluntad se cumpla una y mil veces, y que ayudado de vuestra gracia pueda yo arrojar lejos de mí toda vana complacencia si os place bendecir mis obras, o que sepa humillarme y adoraros si vuestra Providencia juzga oportuno anular el fruto de mis fatigas. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)