La riqueza de los salmos

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Cuando reflexiono en esos salmos que la Iglesia pone todos los días en boca de sus sacerdotes, como la forma más perfecta de sus pláticas con Dios, me llama la atención esto: David sucesivamente, casi sin transición y mezclándolo todo admirablemente, se ocupa de la gloria de Dios y de sus intereses personales, canta las alabanzas de su Dios y lanza los gritos de su miseria. Todo esto se mezcla, se interrumpe, se enlaza y no forma más que una sola oración: el alma sube de la tierra al cielo, vuelve del cielo a la tierra y siempre habla a Dios. En medio de los más sublimes transportes de amor y de alabanza, el Profeta mezcla el relato de sus miserias, de sus angustias y de sus peligros, y no estima que una cosa sea menos digna que la otra de los oídos de Dios. Ésta es la oración del Profeta; en ella se siente que su conducta era en todo semejante; de esta manera Dios y él eran uno solo, los intereses del hombre estaban unidos a los intereses de Dios, su vida era una. (José Tissot, La vida interior)