Enseguida, como vacilaba la fe de los que veían aquel cuerpo visible, les enseña las manos y el costado, y dio a tocar la misma carne que introdujo en aquella estancia cerrada. Con este gesto, al mostrar su cuerpo palpable e incorruptible a la vez, manifestó dos hechos maravillosos que, según la razón humana, son totalmente opuestos entre sí, pues es de necesidad que se corrompa lo palpable y que lo incorruptible no pueda tocarse. No obstante, de modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después de la resurrección, manifestó su cuerpo incorruptible para invitarnos al premio, y palpable, para confirmarnos en la fe. Nos lo mostró así para manifestar que su cuerpo resucitado era de la misma naturaleza que antes, pero con distinta gloria.
Homilías sobre los Evangelios, 26