¡Oh, cuán fácilmente me equivoco en este punto! A la menor idea de perfección que me asalta recurro al sacrificio, hasta el punto de que la idea de perfección se confunde casi, para mí, con la idea de privación y de sacrificio: apenas la comprendo de otra manera. Cuando se apodera de mi corazón un fervor vehemente me lanzo por el camino de las penitencias y de las privaciones, creyendo que voy a encontrar luego en él la perfección. ¡Pobre extraviado! La perfección no está por ese camino. Frecuentemente esos sacrificios son lo contrario de lo que se debe hacer. Porque mientras yo abrazo esas privaciones no pienso en enderezar mis caminos, continúo buscándome a mí mismo y el desorden persiste en el mismo estado. Con frecuencia también escojo esos sacrificios bajo la inspiración de mi capricho, de mis gustos del momento; hasta en su elección me busco a mí mismo. El acto mismo por el cual los escojo es, a menudo, acaso un desorden. Como actos satisfactorios pueden tener cierto valor, pero para conducirnos a la perfección no tienen ninguno; por lo menos con mucha frecuencia. (José Tissot, La vida interior)