El verdadero medio de descansar en la voluntad de Dios, sin que nada pueda perturbar mi reposo, es esta práctica de aceptar en una situación dada todo lo que pueda serme más molesto, si a Dios le place enviármelo. Cuando enfrente de una prueba he mirado con valor su aspecto más negro; cuando, sondeando mi corazón, llego a sentir que está dispuesto a todo, con la gracia de Dios; cuando mi sacrificio está hecho, completamente hecho, con toda la amplitud que Dios quiera dar a su acción; cuando hago constar en mí la enérgica resolución de tomar el cáliz de manos de Dios y beberlo por completo, hasta las heces, sin vacilación ni reserva; si sobre todo me mantengo firme a la vista de este cáliz, sin temblar lo más mínimo, entonces ¡vive Dios! nada puede ya alterarme; entonces verdaderamente siento que el amor es tan fuerte como la muerte, y el celo tan inflexible como el infierno. Ni el temor, ni la inquietud, ni la turbación hacen presa en mí: estoy en una igualdad de ánimo y una serenidad de corazón imperturbables. (José Tissot, La vida interior)