Puede ocurrir que no tengas nada que dar al Señor durante la oración. Entonces, deberás darle esa «nada», tu total impotencia. Entrégale todo al Señor, ponte tú mismo a su disposición tal y como eres: insignificante, impotente, pobre de espíritu. Esa será la mejor oración, la mejor porque va de acuerdo con la primera bienaventuranza. La oración del hombre pobre es la oración de alguien vacío, vacío en el sentido de que clama por la llegada del Señor, por la venida del Espíritu Santo. Cuando Dios ve un alma así, despojada de su fuerza, entonces desciende hasta ella con su poder. Bienaventurados los pobres de espíritu: bienaventurados los que hacen la oración del hombre pobre. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe)