El mal más profundo de mi alma está, pues, en la inteligencia, está en las ideas. Porque juzgo las cosas desde el punto de vista de mi interés egoísta y de mi placer; y viéndolas así, así las aprecio y así obro en consecuencia. La acción y la voluntad están viciadas, sobre todo, porque lo está la inteligencia. Mis acciones dependen de mis afectos, mis afectos, de mis ideas; y desde el momento que mis ideas son falsas, mis afectos y mis acciones resultan falseados. “Verdaderamente”, dice el P. Surin, “nuestros defectos proceden casi todos de la perversidad de nuestros juicios y de que no referimos las cosas criadas a su principio, como deben hacerlo los hijos de Dios”. “La vía de la justicia, he ahí nuestra vía”, dice San Agustín. “¿Cómo no caer en esta vía cuando se carece de luz? Por esto, en esa vía, la primera necesidad es ver, el gran negocio es ver”. Si ver es la primera necesidad y el gran negocio, no ver es la gran desgracia, ver mal es el gran peligro. Mi mayor mal es, pues, no ver o ver mal. (José Tissot, La vida interior)