La humildad, que hace utilizar los talentos recibidos, no los deja nunca detenerse en el goce egoísta e interesado. ¿Es en mí donde debo hacer se fije la vista, la estimación y la alabanza de los demás? –No, dice la humildad. ¿Es en mí donde han de limitarse mis conocimientos, los placeres, las facilidades que me son dadas por las criaturas que me sirven? –No, dice la humildad. ¿Es en mí donde han de fijarse mi vista, mis conocimientos, para gozar de mí en mí? No, repite una vez más la humildad; no, nada debe circunscribirse a mí, a mi interés egoísta, a mi satisfacción. El orgullo no sabe ver más que su interés en todas partes; la humildad ve el interés de Dios por encima de todo, el interés del prójimo más que el suyo propio, y su interés en el de Dios. No quiere reputación sino en la medida que conviene al honor de Dios; en todo lo demás prefiere el desfavor y las privaciones. Toda mira que termina en el hombre le parece pequeña, baja, mezquina y despreciable; no quiere esa postura encorvada del alma que se repliega y se busca a sí misma; necesita elevación. (José Tissot, La vida interior)