Nada para mí, todo para Dios

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Nada para mí, nada según yo, nada por mí: todo para Dios, todo según Dios, todo por Dios. A medida que yo salgo de mí mismo, Dios entra en mí y me transforma en Él; a medida que me despojo de mí mismo, me revisto de Él; a medida que Él va siendo más para mí, todo en todas las cosas, yo voy siendo cada vez más nada en todo. Así, mi humildad crecerá en la misma proporción que los dones de Dios. Yo desaparezco para dejar lugar a Dios; es necesario que Él crezca y que yo mengüe, hasta el día en que, siendo completos el desprendimiento y la humildad, no teniendo ya nada mío en mí, siendo todo de Dios y para Dios, sea consumado con Él en esa feliz unidad que Jesucristo, en su oración, pidió para mí a su Padre, y que es el coronamiento de la humildad y el fin supremo de toda vida humana. (José Tissot, La vida interior)