La fe de la viuda

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Podemos hablar de un abandono semejante en el caso de la viuda de Sarepta que se encontró con Elías. La viuda tenía un hijo pequeño, y en sus tierras reinaba el hambre. Todas sus reservas de alimento eran dos puñados de harina reseca y unas pocas gotas de aceite de oliva. Y en aquella situación Elías le dijo: «Tráeme por favor un bocado de pan» (1 Re 17,11). De nada sirvieron las explicaciones de la viuda de que aquel era el último alimento que le quedaba. Elías repitió su petición: «Házmelo:». La mujer le respondió: Sí, te haré lo que me pides y luego moriremos mi hijito y yo». Efectivamente se trataba de la aceptación de la muerte, porque después ya nada habría, ya no se podría contar con nada, tampoco con aquel puñado de comida. Fue Dios, a través de Elías, quien despojó a la viuda de aquel puñado de comida que le daba un mínimo de seguridad. Luego ya nada le quedó. ¿Qué hace Dios con esas personas? La Biblia dice que luego la cantidad de harina empezó a aumentar, y que a pesar de que la consumían, tenían cada vez más. Lo mismo ocurría con el aceite. La viuda y su hijo no murieron. Dios no puede abandonar al hombre que, al abandonarse a él plenamente, se deshace, él mismo, de las riquezas, y rompe con el sistema de seguridad que destruye su fe. Dios ve maravillado el milagro de la fe humana, y, sobre todo, de esa confiada fe infantil que se manifiesta en la entrega de todo. El hombre que tiene esa fe está en condiciones de decir: «Dios mío, silo deseas, estoy dispuesto incluso a morir, porque creo que tú me amas». Esa fe tan profunda genera santos. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe).