La divina tiniebla

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El conocimiento altísimo de Dios que llegan a tener los místicos lo llaman «la divina tiniebla». Es una oscuridad, pero una oscuridad más espléndida, más luminosa que todas las formas de la sabiduría de la tierra. Apenas encuentro comparaciones humanas para expresar este carácter del conocimiento de los Dones; pero pienso que hay alguna lejana analogía entre esto que estoy explicando y lo que a las veces experimentamos en nuestra vida. Cuando vemos algo grande, algo sublime, ¿no es verdad que no alcanzamos a definir lo que contemplamos, lo que sentimos y que precisamente porque es indefinible nuestro pensamiento, nuestra sensación por eso es más grande? Cuando contemplamos la inmensidad del mar, ¿no sentimos una impresión hondísima, precisamente porque ni nuestros ojos y quizá ni nuestra imaginación alcanzan a comprender la inmensidad del Océano? Cuando en una noche estrellada levantamos nuestra vista a los cielos y vemos ese espacio inmenso en donde a distancias enormes, fantásticas, ruedan astros colosales, sentimos una impresión de dulce estupor. Es demasiado grande lo que vemos, y precisamente por eso nos seduce; si no fuera tan grande, si pudiéramos medir lo que vemos, no experimentaríamos dulce, la honda, la sublime impresión de lo sublime. Y lo mismo acontece cuando contemplamos un rasgo heroico del orden moral, nos llenamos de asombro. Y esas grandes impresiones de nuestro espíritu no las podemos definir, tienen algo de negativo; y precisamente porque lo tienen, nos llenan, nos satisfacen, parecen corresponder a ese anhelo de infinito que llevamos en el fondo de nuestra alma… (El Espíritu Santo)