La devoción al Padre

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Precisamente por que la devoción al Padre es una devoción de respeto es también una devoción de confianza; porque es una adoración profundísima, es un tierno amor; y precisamente porque en el Padre brilla la majestad, resalta en Él la divina ternura. La ternura no es una debilidad sino una plenitud; es lo supremo de la grandeza, porque es lo supremo del amor. Hay quizá ciertas formas sensibles de ternura que pudieran atribuirse a debilidad; pero la verdadera ternura, la de fondo, solamente se encuentra en el amor que ha llegado a su rica plenitud, en el amor puro y desinteresado, en el amor que se ha convertido en océano y se desborda. En el orden natural, la ternura es característica de los grandes amores, de los más puros, de los que llevan la aureola de la majestad. Ningunos afectos más tiernos que el del padre y sobre todo el de la madre, y esos amores dan más de lo que reciben, son amores que se desbordan, porque están henchidos, y en ellos la majestad y la ternura crecen al mismo tiempo que parecen fundidos en maravillosa unidad. (El Espíritu Santo)