«No es razón que el pecado tenga tanta fuerza contra la caridad, como la caridad tiene contra el pecado, porque éste procede de nuestra flaqueza, y la caridad procede del amor divino.
Si el pecado abunda en malicia para destruir, la gracia sobreabunda para reparar; y la misericordia de Dios, por la cual se borra el pecado, se exalta siempre y se muestra gloriosamente triunfante contra el rigor del juicio con que Dios había olvidado las buenas obras que precedieron al pecado.
Así siempre, en las curas corporales que Cristo nuestro Señor hacía por milagro, no sólo restituía la salud, sino que añadía nuevas bendiciones, haciendo que el remedio excediese a la enfermedad: así de bondadoso es con los hombres» (Del amor de Dios, lib. XI, cap. 12).