En una ocasión enseñé al padre un ramo bellísimo de majoleto en flor y, al mostrarle al padre aquellas flores blanquísimas tan bellas, exclamé. «¡Qué bellas!…». «Sí, dijo el padre, pero más que las flores son bellos los frutos». Y me hizo comprender que mucho más que los santos deseos son bellas las obras.