Pero lo que admira en este nacimiento es que el Verbo lo subordinó, por decirlo así, al consentimiento de esa mujer.
Vayamos en espíritu a Nazaret, para contemplar ese espectáculo inefable. El ángel se aparece a la doncella virgen; después de saludarla, le comunica su embajada: «He aquí que concebirás en tu seno y parirás un hijo, y le darás por nombre Jesús; será grande y será llamado Hijo del Altísimo y su reino no tendrá fin».
María pregunta al ángel cómo ha de obrarse esto, siendo ella virgen (Lc 1,34). Gabriel le responde: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios». Luego, evocando como ejemplo a Isabel, que había concebido a pesar de su esterilidad pasada, porque así le plugo al Señor, el Ángel añade: «Para Dios nada es imposible»; puede, cuando lo quiere, suspender las leyes de la naturaleza.