Primer misterio doloroso. La agonía de Jesús en el huerto de los olivos.
«Entonces les dice: Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26,38-39)
En la prueba, en el dolor, en el peligro, en cada suceso grave, ¡recemos! Recemos como Jesús en Getsemaní como niños, con un abandono completo, una familiaridad perfecta, sin nada de programa, con pocas palabras, como nos ha enseñado él, y repitiéndolo con frecuencia. Hagamos que nuestra oraciones sean de dos partes: en la primera expresamos nuestras necesidades, en la segunda parte decimos: «Mi Dios, que se haga tu voluntad». (M.S.E., 242)