La ciencia puede enorgullecerse con razón de sus conquistas inmensas. Pero no ha logrado ni logrará jamás crear la vida, ni producir en los laboratorios químicos un grano de trigo o una larva. Los estruendosos fracasos sufridos por los defensores de la generación espontánea, han sido el más claro testimonio de la vacuidad de sus pretensiones. Dios se ha reservado el poder de crear la vida. Los seres que pertenecen al reino animal y vegetal pueden crecer y multiplicarse, pero sometidos a las condiciones establecidas por el Creador. En cambio, cuando se trata de la vida intelectual, Dios crea directamente el alma racional. Existe todavía un coto cerrado que guarda con mayor celo y es el de la Vida Sobrenatural, por ser ésta una emanación de la vida divina, comunicada a la Humanidad del Verbo encarnado. Jesús, en virtud de su Encarnación y Redención, es la FUENTE ÚNICA de esta Vida divina a cuya participación son llamados todos los hombres. Per Dominum nostrum Jesum Christum. –Per ipsum, et cum Ipso et in Ipso (“Por Cristo Nuestro Señor. –Por Él, con Él y en Él”, Liturg.). La Iglesia tiene como función esencial, comunicarla mediante los sacramentos, la oración, predicación y las demás obras relacionadas con estos medios de vivificación sobrenatural. Nada hace Dios sino mediante su Hijo: Omnia per Ipsum facta sunt et sine Ipso factum est nihil (“Todas las cosas fueron hechas por Él, y nada de lo que fue hecho se hizo sin Él”, Juan I, 3). Esto se cumple en el orden natural, y más en el sobrenatural, al comunicarse la vida divina, dando a los hombres una participación de la naturaleza de Dios para hacerlos hijos suyos. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)