El herrero mete el hierro en la fragua, no para darle brillo ni para convertirlo en un ascua, sino para hacerlo maleable. De la misma manera, la oración ilumina mi inteligencia y enciende mi corazón para dar flexibilidad a mi alma, trabajarla y quitarle las aristas del hombre viejo, modelándola con las virtudes y dándole la forma de Jesucristo. Esa conversación mía con Jesús elevará mi alma hasta su santidad (Bella expresión de Álvarez de la Pez sobre la finalidad de la oración) para formarla a imagen y semejanza suya. Tu Domine Jesu. Tu Ipse manu mitissima, misericordissima, sed tamen fortissima formans ac pertractans cor meum («Tú mismo, Señor, formas y modelas mi corazón con tus manos dulces y misericordiosísimas, pero fuertes al mismo tiempo»).