«Hemos sido rescatados a gran precio»

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¡Oh! no lo olvidemos, «hemos sido rescatados a gran precio» (1Cor 6,20). Cristo derramó por nosotros hasta la última gota de su sangre. Es verdad que una sola gota de esa sangre divina hubiera bastado para redimirnos; el menor padecimiento, la más ligera humillación de Cristo, un solo deseo salido de su corazón, hubiera sido suficiente para satisfacer por todos los pecados, por todos los crímenes que se pudieran cometer; porque siendo Cristo una persona divina, cada una de sus acciones constituye una satisfacción de valor infinito.- Pero «para hacer brillar más y más a los ojos del mundo el amor inmenso que su Hijo le profesa», «para que conozca el mundo que amo al Padre» (Jn 14,31), y «la caridad inefable de ese mismo Hijo para con nosotros» «ningún amor supera a este amor» (ib. 15,13); para hacernos palpar por modo más vivo y sensible cuán infinita es la santidad divina y cuán profunda la malicia del pecado, y por otras razones que no podemos vislumbrar [sacramentum absconditum. Ef 1,9; 3,3; Col 1,26], el Padre Eterno reclamó como expiación de los crímenes del género humano todos los padecimientos, la pasión y muerte de su divino Hijo; de manera que la satisfacción no quedó completa sino cuando desde lo alto de la cruz, Jesús, con voz moribunda, pronunció el «Todo está acabado».
Sólo entonces su misión personal de redención en la tierra quedó cumplida y su obra salvadora totalmente acabada.

Jesucristo, vida del alma