Fuimos consagrados templos del Espíritu Santo en el día de nuestro bautismo. La primera ceremonia prescrita en el ritual para la administración de tan santo sacramento lo enseña ya: el ministro sopla tres veces en el rostro de quien va a ser bautizado y dice: «Sal de él, inmundo espíritu, y cede el puesto al Espíritu Santo». Y haciendo la señal de la cruz tanto en la frente como en el pecho: «Sé fiel a los preceptos celestiales y que sean tales tus costumbres que puedas ya ser templo de Dios». Después, en otro exorcismo, se ordena al demonio que se aparte ele aquella criatura de Dios a quien el Señor se dignó llamar para que se haga templo de Dios vivo y el Espíritu Santo habite en ella. Antes de derramar el agua regeneradora se arranca al catecúmeno del imperio del demonio y se le hace renunciar a las obras y a las pompas de Satanás, y cuanto ha ratificado su voluntad de consagrarse a Dios, se le bautiza y el Espíritu Santo toma posesión de su templo. (El Espíritu Santo)