Es el Espíritu Santo que nos mueve por el Don de Temor. Gracias a este Don, no sólo el alma se aleja del pecado, sino que se adhiere a Dios con profunda reverencia. No solamente se reverencia a Dios hasta evitar toda clase de pecado, sino que hasta se evitan esas irreverencias que sin llegar a faltas son siempre señales de imperfección. Ese respeto profundo que los santos han tenido por todo lo sagrado, por la Iglesia, por el Evangelio, por el Sacerdote, es efecto del Don de Temor de Dios. Todo lo divino se reverencia; no quisiera el alma que está bajo el imperio del Don de Temor faltar en lo minino al respeto y veneración que a Dios es debido.