Lo propio de la santidad es recibir todo de Dios, nada de sí mismo, y referirlo todo a Él sin guardar nada para sí. Aquel que más recibe es el que más devuelve, y véase cómo el mayor santo ha sido, precisamente por eso, el más humilde de los hombres. No tiene nada suyo ni nada para sí; todo lo que tiene es de Dios y para Dios. Lo ha recibido todo, ¿cómo podría gloriarse como si no lo hubiera recibido?. No niega ninguno de los dones de Dios, no desconoce ninguno; sabe lo que ha recibido, sabe la grandeza de los tesoros que hay en él, pero sabe también que no son para su satisfacción egoísta, y teme desviar uno solo de esos dones de su fin propio. (José Tissot, La vida interior)