Que esta tristeza (por la falta de devoción) sea más según Dios que otra alguna, parece claramente; porque es por la ausencia de Aquél cuya presencia causa el mejor gozo que los justos pueden tener, del cual dice el salmo (Sal 4,7-8): Señalada está sobre nosotros la lumbre de tu vulto (=rostro): diste alegría en mi corazón. El vulto humano nuestro, por ser corporal, causa sombra, y la sombra suele causar algún temor, mayormente cuando no conocemos el vulto, según aconteció al santo Job (Job 4,14-16). Mas como Dios sea incorpóreo y fuente de luz, de la presencia de Él no se causa sombra que espanta, sino lumbre deleitable, de la cual se sigue alegría en nuestro corazón, empero en faltando Él en el ánima devota o escondiéndosele, luego se entristece el ánima y recibe muy grande descontento de sí misma y de todos los placeres mundanos, teniendo en sí misma una ansia y fatiga muy grande que no la deja reposar en ninguna parte ni puede mostrar claro semblante; mas acordándose de lo que solía sentir y viéndose ajena de ello, no halla reposo, que tiene dentro de sí un desabrimiento que no la deja tomar placer en cosa del mundo.
Tercer abecedario espiritual. Capítulo V, de la tristeza