Para el presente, mi buena voluntad se deja fácilmente dominar por no sé qué ansiedad medrosa que pérfidamente tiende a persuadirme que no sabré acertar a cumplir con mis deberes; temo ser demasiado distraído, o demasiado cobarde, o demasiado débil. ¡Ah! Ciertamente: distraído, cobarde y débil por mí mismo lo seré siempre. Jamás desconfiaré demasiado de mí mismo, jamás estaré bastante convencido de que el deber está por encima de mí. Pero, en fin, ¿es ésa una razón para estar inquieto? La desconfianza de sí mismo no es la inquietud, es justamente lo contrario: la desconfianza de sí mismo llama a la confianza en Dios, y la confianza en Dios no deja ningún lugar a la inquietud. (José Tissot, La vida interior)