[Después de desprenderse del pecado] ¿qué le queda por hacer? ¿Qué grado puede subir todavía? –Le queda esa satisfacción humana que ha olvidado y hacia la cual se había hecho ya indiferente. La ha sacrificado ya cuantas veces veía que este sacrificio era del agrado divino, pero queda en ella bastante todavía: son los últimos vestigios de las adherencias que retardan y ponen trabas a su vuelo. El alma quiere ahora acabar el holocausto, despegar, quemar, consumirlo todo, por un supremo deseo y verdaderas ansias de inmolación, desprendimiento y renuncia de lo criado y de unión a Dios solo. Lo que caracteriza este estado es el ansia de inmolación, el hambre de sufrimientos, la sed de sacrificios, la pasión por las cruces. O sufrir o morir es el ansia de Santa Teresa de Jesús; no morir sino sufrir es el grito, más asombroso todavía, de Santa María Magdalena de Pazzis. El alma no quiere ya dejar que subsista en ella nada de lo criado, nada de apego a las criaturas, nada de apego a sí misma: “¡Dios solo!… ¡Dios solo!…”. (José Tissot, La vida interior)