«Judas, que le entregaba, conocía bien el sitio porque solía Jesús retirarse muchas veces a él con sus discípulos». Una vez más los evangelistas aprovechan la ocasión -al mencionar al traidor- para subrayar, y así grabar en nosotros, aquella santa costumbre de Cristo de retirarse con sus discípulos para hacer oración. Si hubiera ido allí únicamente algunas veces y no frecuentemente, no hubiera estado el traidor tan seguro como estaba de encontrar allí al Señor, hasta el punto de llevar a los servidores del sumo sacerdote y a la cohorte de soldados romanos, como si todo se hubiera acordado de antemano. Caso de que hubieran visto que no estaba todo previsto, hubieran juzgado que Judas se burlaba de ellos, y no le habrían dejado marchar impune. Y yo me pregunto: ¿dónde están esos que se creen grandes hombres y se glorían de sí mismos como si hicieran algo extraordinario cuando, en las vigilias de algunas fiestas importantes, prolongan un poco más la oración en la noche o se levantan temprano para la oración de la mañana? Cristo, nuestro Salvador, tenía como costumbre pasar noches enteras en oración, sin dormir. ¿Dónde están los que le llamaban glotón porque no rechazaba la invitación a los banquetes de los publicanos ni despreciaba a los pecadores?
La agonía de Cristo, cap. I