Dios mandaba, dice aquel valeroso San Pablo a los que quieren entrar en la guerra espiritual (Ephes., 6, 10): Confortaos en el Señor, y en el poder de su fortaleza; para que así confortados peleen las peleas de Dios con alegría y esfuerzo. Como de Judas Macabeo se lee (1 Mac., 3, 2) que peleaba con alegría, y así vencía. Y San Antón, hombre experimentado en las espirituales guerras, solía decir que «la alegría espiritual es admirable y poderoso remedio para vencer a nuestro enemigo». Que cierto es, que el deleite que se toma en la obra, acrecienta fuerzas para la hacer. Y por esto San Pablo nos amonesta (Philip., 4, 4): Gózaos siempre en el Señor. Y de San Francisco se lee que reprendía a los frailes que veía andar tristes y mustios, y les decía: «No debe el que a Dios sirve estar de esta manera, si no es por haber cometido algún pecado. Si tú lo has hecho, confiésate, y torna a tu alegría.» Y de Santo Domingo se lee parecer en su faz una alegre serenidad, que daba testimonio de su alegría interior, la cual suele nacer del amor del Señor, y de la viva esperanza de su misericordia, con la cual pueden llevar a cuestas su cruz, no sólo con paciencia, mas con alegría; como lo hicieron aquellos que les robaron los bienes y quedaron alegres (Hebr., 10, 34). (Juan De Ávila, Audi filia)