Dios no pide palabras, sino una mente atenta y un corazón puro. ¿No sería mejor ofrecer una oración, por corta que fuese, puede incluso que raramente o sólo en determinados momentos, pero con atención, con celo y fervor del corazón, y con la debida comprensión? De otro modo, aunque digáis la oración día y noche, con todo no conseguís pureza de mente y no estáis ejecutando ningún acto de devoción ni obteniendo nada para vuestra salvación. No os apoyáis más que en una charla exterior, y os cansáis y os aburrís, y al final el resultado es que vuestra fe en la oración se enfría completamente, y que abandonáis del todo este infructuoso proceder. Además, la inutilidad de la oración con los labios solos puede verse por lo que nos ha sido revelado en la Sagrada Escritura, como por ejemplo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos. Pero en la iglesia prefiero hablar diez palabras con sentido… a decir diez mil palabras en lenguas. Todo esto muestra la esterilidad de la oración exterior distraída de la boca.(Relatos de un Peregrino Ruso)