¡Cuan mejor librados son los que, con deseo de servir a Dios, han elegido acuesta verdad! Aunque todos los que le sirven gocen, si atentos quisieren estar, de muchos testimonios que la fe tiene en su corazón, mas principalmente gozan de acuesto los que le sirven con aprovechada virtud; muchos de los cuales se vieron primero en estado muy miserable, hechos esclavos de la maldad, y tan aficionados a ella, que parecía estar su corazón transformado en ella, y con tanta determinación a obrar, que por lanzas, como dicen, se metieran por cometerla. Mas estos miserables cautivos, y tan flacos para se libertar de un tirano tan fuerte, unas veces por oír un sermón, otras por sola la inspiración de Dios, y otras por otros medios que en la Iglesia católica hay, sintieron dentro de sí una poderosísima mano, que cautivando a quien los tenía cautivos, sacó a ellos del cautiverio de la maldad en que estaban, y les mudó el corazón tan verdaderamente mudado, que muchas veces, en menos tiempo que un mes y que una semana, se han visto más aborrecedores de la maldad, que eran primero amadores de ella, diciendo, de corazón (Ps., 118, 163): Aborrecido he la maldad, y abominádola he, y he amado a tu ley; y tan de verdad, que están determinados de no cometer un pecado por vida ni muerte, ni tierra ni cielo, ni por cosa criada, como dice San Pablo (Rom., 8, 38). ¿Quién hizo acuesta tan maravillosa y tan buena mudanza en tan breve tiempo? ¿Quién sacó agua de peña tan dura? ¿Quién resucitó a, muerto tan miserable, dándole vida tan excelente? No otro, cierto, sino la mano de Dios creído y amado, como en la Iglesia cristiana Católica se cree y se ama; y por medios que la doctrina cristiana tiene y enseña. (Juan De Ávila, Audi filia)