Dios nos despoja

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San Juan de la Cruz dijo que Dios ama a las almas aún más cuando las despoja, porque es entonces cuando los hombres pueden llegar a la plenitud de la fe. Cuando no tienes apoyo en ningún sistema de seguridad, entonces puedes ser atraído por Dios como tu único apoyo, como la única roca que te salva. La gracia de la privación es un don singular del Espíritu Santo, quien antes de descender hasta el hombre, lo despoja de todo. Nosotros, con frecuencia, no entendemos la actuación del Espíritu Santo. Él es el poder, el consolador, el amor del Padre y del Hijo; pero con frecuencia olvidamos que él es también el principal constructor de nuestra santidad. Es él, pues, quien realiza todo el proceso indispensable en el camino hacia la comunión con Dios, que se compone tanto de elementos de atracción como de elementos de purificación, es decir, de elementos que nos despojan de lo que tenemos. Es el Espíritu Santo quien nos despoja, él es quien nos hace pobres. Él es, como lo reconocemos en la secuencia, el Padre de los pobres, es decir, el que otorga los dones. ¿Acaso el Espíritu Santo nos otorga dones para hacernos aún más ricos? Eso carecería de sentido, ya que la riqueza de espíritu es calificada, en el evangelio, como una maldición. Su don consiste en despojarnos y hacernos aún más pobres, para que nos abramos a su poder y a su amor. Es solamente entonces cuando él mismo se convierte en don, porque puede descender en el espacio que deja en nosotros el despojamiento, para llenarlo con su infinito poder y amor. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe).