«Aunque fuésemos los más perfectos del mundo, no lo debemos creer así nunca, sino estimarnos siempre imperfectos. Nuestro examen no debe investigar nunca si somos imperfectos, ya que no debemos dudar de que lo somos. De esto se deduce que nunca debemos asombrarnos de encontrarnos imperfectos, ya que en esta vida no nos veremos nunca de otra forma; y no debemos contristarnos por ello, porque no tiene remedio. Pero sí debemos humillarnos, para de este modo reparar nuestras faltas y enmendarnos poco a poco, porque éste es el ejercicio para el cual se nos dejan nuestras imperfecciones y no tendremos excusa si no procuramos la enmienda; pero sí la tendremos, aunque no consigamos enmendarnos por completo, porque no es tan fácil evitar las imperfecciones como los pecados» (Carta a una novicia, 45).