—La oración interior —dijo él—, es cosa difícil y aun casi imposible para los que viven en el mundo; aun para que hagamos sin pereza la oración ordinaria tiene que ayudarnos el Señor con todo su favor. —No habléis así, repliqué. Si fuera una empresa que sobrepuja a las fuerzas humanas, Dios no la hubiera exigido a todos. En la flaqueza se perfecciona mi poder, y los Padres nos ofrecen medios que facilitan el camino a la oración interior. —Nunca he leído cosa alguna referente a esto, dijo mi interlocutor. —Si queréis, yo puedo leeros algunos extractos de la Filocalía. Tomé este libro, busqué un pasaje de Pedro Damasceno en la tercera parte, y leí lo que sigue: «Debemos ejercitarnos en invocar el nombre del Señor, más que en la respiración, en todo momento, en todo lugar y en toda situación. Orad sin cesar, dice el Apóstol; y con estas palabras enseña que nos hemos de acordar de Dios en todo tiempo, en todo lugar y en toda ocupación. Si haces alguna cosa, has de pensar en el Creador de todo lo que existe; si ves la luz, acuérdate de quien te la dio; si te acontece contemplar el cielo, la tierra, el mar y las cosas que en ellos están contenidas, admira y glorifica a Aquel que las creó; si te pones un vestido, piensa en Aquel a quien se lo debes y dale gracias por él, a Él que provee a tu existencia. En una palabra, que todo movimiento te sea motivo para celebrar al Señor, y así orarás sin cesar y tu alma estará siempre en la alegría.»(Relatos de un Peregrino Ruso)