El aislamiento es lo que mantiene las distracciones. El hábito que tengo de no pensar apenas más que en mí mismo mientras estoy entregado a mis ocupaciones; de obrar en mis asuntos por mí mismo, sin contar con Dios y sin darle apenas intervención en mi vida, o mejor dicho, sin ponerlo en la cima de todo, pues éste es su lugar; este hábito, digo, me conduce a una idea errónea, cual es la de que en la oración no debo pensar sino únicamente en Dios. Así hago en mí mismo como dos partes distintas: una con la cual quisiera vivir en el cielo, todo en Dios, y otra con la cual quiero vivir en la tierra, todo para mí, y me jacto o al menos pretendo que mi alma pase de un punto a otro, de manera que cuando está en un lado pierda el recuerdo del otro. Reconozco que cuando estoy entregado a mis ocupaciones pierdo muy fácilmente el recuerdo de Dios, y es porque mis asuntos ocupan el lugar de preferencia en mi vida. (José Tissot, La vida interior)