Una de dos cosas ha de ocupar el corazón de los varones recogidos, o el placer y gozo por la presencia de la devoción, o la tristeza y sentimiento por la ausencia de ella. Del gozo ya comenzamos a decir algo. No queda ahora sino que digamos de la tristeza que se causa en el ánima devota cuando no siente la gracia y devoción que solía. Y aunque esta tristeza sea buena, porque es más según Dios que otra ninguna, empero, mejor sería carecer de ella que no tenerla con tal condición que cesase la ausencia del esposo que la causa; el cual aunque a todos los santos fue presente, no creo que hubo alguno del cual jamás no se apartase o escondiese, porque muchas veces acontece estar presente y encubrirse.
Que de los apóstoles se haya apartado, Él mismo da de ello testimonio diciéndoles (Jn 16,6): Porque os he hablado estas cosas, vuestro corazón está lleno de tristeza. Los que a uno solo amaban y en él a todas las cosas, no tenían más de un corazón, y lleno de alegría con su presencia; mas en faltando el mismo Señor, fueron llenos de tristeza; la cual aun las palabras de la partida causaba, porque mediante ellas pensaban en su ausencia; empero, si hubo alguno de los santos que no padeció ausencia del esposo, ni jamás se le escondió, podíamos decir de él (Ecl. 14,1): Dichoso es el que no tuvo tristeza de su ánimo.
Tercer abecedario espiritual. Capítulo V, de la tristeza