Seamos infelices de buen grado, contentos de que nuestro Dios es eternamente feliz. Esto debe tranquilizarnos. Arrastremos nuestra pobre existencia todo el tiempo que a Él le plazca, sin lamentarnos de ello a nadie, ni siquiera a Quien puede remediarlo. Nada busquemos sino exclusivamente su voluntad. Convengo en que la continua vigilancia que debe Vd. ejerce sobre sí resulta muy enfadosa para la naturaleza, pero ¡que no ha de soportarse para rescatar el paraíso que perdimos y evitar el infierno que tenemos merecido! Todo debe referirse a esos dos grandes cuadros de la eternidad. Sea Dios su único recurso en los combates y desfallecimientos de la naturaleza; y el único remedio a sus penas sea la visita a Jesús Sacramentado.