En la múltiple variedad de criaturas espirituales y corporales, hay unas que son útiles para mi fin, otras que son perjudiciales; unas son más provechosas, otras lo son menos: hay que hacer una elección entre ellas. ¿Cómo haré esta elección? Si quiero hacerla por mí mismo la haré según mis ideas y mis gustos, y esto será de nuevo el gran desorden, esto es, yo antes que Dios, que es precisamente el desorden que hay que evitar a toda costa. Por otra parte, ¿qué sé yo de lo que hay en la criatura? ¿Cómo sabré lo que es útil para el servicio de mi Dios, y lo que no lo es? Dios, que ha hecho la criatura, es el único que sabe lo que hay en ella; sólo Él puede decírmelo; a Él, pues, a su voluntad corresponde determinarme las criaturas que debo emplear para su gloria. (José Tissot, La vida interior)