Si el enemigo te propone algún razonamiento falso o argumento sofístico, guárdate de disputar con él. Conténtate solamente con decirle con una santa indignación: Vete, maligno espíritu, padre de la mentira, que no te quiero escuchar; a mí me basta el creer cuanto cree la santa Iglesia católica romana. No te detengas jamás en los pensamientos que te vengan sobre la fe; y aunque te parezcan favorables y verdaderos, arrójalos de ti como sugestiones del demonio, que por este medio pretende embarazarte y confundirte, empeñándote insensiblemente en la disputa. Por si tuvieras tan ocupado tu espíritu en estos pensamientos que no puedas repelerlos, procura mantenerte invariable y firme en creer lo que cree la santa Iglesia católica romana; y no escuches ni las razones ni las autoridades mismas de la Escritura que te alegará el enemigo; porque aunque te parezcan claras y evidentes, serán, no obstante, truncadas o mal citadas, o mal interpretadas.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)