No me contento, hija mía, con que no huyas de las ocasiones que se te presentaren, de combatir, para adquirir las virtudes; quiero también que las busques y las abraces con alegría, y que las que te causaren mayor mortificación y pena, te sean más agradables como más provechosas. Nada te parecerá difícil con el socorro de la gracia, principalmente si procuras imprimir bien en tu corazón las consideraciones siguientes: La primera es que las ocasiones son los medios esenciales y propios para adquirir las virtudes. De donde nace que cuando pedimos a Dios las virtudes, le pedimos juntamente los medios para obtenerlas; pues de otra manera nuestra oración sería inútil y de ningún fruto; porque vendríamos a contradecirnos manifiestamente a nosotros mismos, y a tentar a Dios, el cual no acostumbra dar la paciencia sin las tribulaciones, ni la humildad sin los oprobios. Lo mismo sucede con las demás virtudes, las cuales son fruto de las adversidades que Dios nos envía. Estas adversidades deben sernos tanto más preciosas y amables, cuanto fueren más ásperas y penosas; porque los grandes esfuerzos que deben emplearse para sufrirlas, contribuyen y sirven maravillosamente para formar en nosotros los hábitos de las virtudes. Son también muy estimables y preciosas las ocasiones de mortificar nuestra voluntad, aun en las cosas pequeñas y leves; porque aunque las victorias que conseguimos contra nosotros mismos en las grandes ocasiones sean más gloriosas, no obstante, las que alcanzamos en las pequeñas son incomparablemente más frecuentes.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)