Conocer nuestra propia miseria no es tan descorazonador. La conocemos bajo la mirada misericordiosa de Dios. Tenemos la larga experiencia de nuestra nada. Toda nuestra esperanza está en Dios; y es dulce depender en todo de Él. Cuando nuestro corazón llega a la madurez nos enseña a ver la miseria de los hombres con la misma dulzura que la nuestra propia, y a saber que, como nosotros, están bajo la mirada paterna y compasiva de Dios.