El ardor del corazón de Sta. Teresa del Niño Jesús

1653

He aquí las palabras mismas de Teresa, es probable que el acontecimiento sucediera en los primeros días de septiembre de 1895: «Pues bien: comenzaba mi Viacrucis, cuando de repente me sentí presa de un amor tan violento hacia Dios, que no lo puedo explicar, sino diciendo que parecía que me hubieran hundido toda entera en el fuego. ¡Oh, qué fuego y qué dulzura al mismo tiempo! Me abrasaba de amor, y sentí que un minuto más, un segundo más, y no podría soportar aquel ardor sin morir. Comprendí entonces lo que dicen los santos sobre estos estados que tan frecuentemente experimentaron. Yo no lo probé más que una vez y sólo un instante; luego volví a caer, enseguida, en mi sequedad habitual» (Cuaderno Amarillo 7-7-2). En un relámpago, Teresa ha estado en contacto con el cielo, es decir, con la Gloria de Dios o el fuego de la zarza ardiendo. Ha comprendido que este fuego era infinitamente deseable, pero al mismo tiempo que era temible porque no se puede ver a Dios sin morir (Ex 33,20). Ha sentido esta presencia de Dios en torno a ella, como los judíos presintieron la presencia de la Gloria de Dios, bajo la forma de una nube durante el día y de una columna de fuego durante la noche. Esta experiencia es atrayente, pero da miedo al mismo tiempo porque pone al hombre en contacto con la «alta tensión» de la Gloria de Dios. Teresa se expresa así: «Era como si me hubiesen sumergido toda entera en el fuego». Y, al mismo tiempo, este fuego es todo dulzura: «¡Oh!, qué fuego y qué dulzura al mismo tiempo», dirá Teresa.