Muchos dicen que dejan la oración mental para los perfectos, porque no son dignos de ella; otros dicen que no se atreven a comulgar con frecuencia, porque no se sienten lo bastante puros; otros añaden que a causa de su miseria y fragilidad, temen deshonrar la devoción si la practican; otros se niegan a emplear sus talentos en el servicio de Dios, porque, según afirman, conocen su flaqueza y tienen miedo de ensoberbecerse si son instrumentos de algún bien, y temen quedarse a obscuras, mientras iluminan a los demás. Todas estas cosas no son sino artificios y una especie de humildad no solamente falsa, sino además, maligna, con la cual pretenden, tácita y sutilmente, desacreditar las cosas de Dios, o, a lo menos, cubrir, con la capa de humildad el amor propio que hay en su parecer, en su carácter y en su indolencia. «Pide al Señor una señal de lo alto de los cielos o de lo profundo del mar», dijo el Profeta al desdichado Acaz, y él respondió: «No la pediré ni tentaré al Señor». ¡Oh, el malvado! Finge una gran reverencia a Dios, y, con el pretexto de humildad, se excusa de aspirar a la gracia, a la cual le invita la divina bondad.
Pero, ¿quién no ve que, cuando Dios quiere hacernos mercedes, es orgulloso el rehusarlas?; ¿que los dones de Dios nos obligan a aceptarlos y que la humildad consiste en obedecer y en seguir tan de cerca, como es posible, sus deseos? Pues bien, el deseo de Dios es que seamos perfectos, uniéndonos a Él e imitándole cuanto podamos. El orgulloso que se fía de sí mismo, tiene mucha razón cuando no quiere emprender nada; pero el humilde es tanto más animoso, cuanto más impotente se reconoce, y, cuanto más miserable se considera, tanto más valiente es, porque tiene puesta toda su confianza en Dios, que se complace en hacer resplandecer su omnipotencia en nuestra debilidad y levantar su misericordia sobre el pedestal de nuestra miseria. Conviene, pues, que nos atrevamos humilde y santamente a hacer todo lo que aquellos que dirigen a nuestra alma creen conforme con nuestro aprovechamiento.
Introducción a la vida devota