Dios no debe tener en ninguna parte ni en ninguna medida el segundo lugar. La intención de mi acto puede encaminarse a Él en primer término, sea de una manera actual o virtual; lo esencial es que ella vaya de algún modo y que mi satisfacción quede subordinada a su servicio. Sin llegar hasta ofenderle formalmente, es necesario, además, que no obre yo respecto a Él, en el bien, como un hombre grosero, que continuamente pasa el primero, habla el primero y se sirve el primero. Si ya entre hombres esa descortesía es cosa tan mal vista e impertinente, mucho más todavía lo será respecto de Dios. Es ciertamente menos grave faltar a las conveniencias humanas que a las divinas. (José Tissot, La vida interior)