La radicalidad en la lucha contra el pecado

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En todas aquellas circunstancias en que hay pecado venial, esto es, en que mi satisfacción, anteponiéndose a la gloria de Dios, le desagrada y le ofende, llegaré a conservar a esta gloria santa el lugar y los derechos que le corresponden.

Desde el momento que esté prohibido, ningún placer debe usurparlos. Lo que constituye este grado es la facilidad y la prontitud, bien arraigadas, de ordenar mi satisfacción en su lugar correspondiente, sin permitir deliberadamente el menor desorden venial. Y esta facilidad debe dominar y señorear todo mi espíritu, todo mi corazón, todo mi cuerpo: [amar totalmente]… debe extenderse a todas las circunstancias y a todas las criaturas; y si es preciso sacrificar mi satisfacción, si es preciso inmolar hasta mi vida antes que cometer, voluntaria y deliberadamente, el menor pecado venial, estaré pronto a este sacrificio.

Nada, ni aun el temor a la muerte, me hará cometer voluntariamente un pecado venial. Cuando esta disposición esté arraigada en el alma, cuando hago con prontitud y facilidad los sacrificios necesarios antes que permitir a mi satisfacción un extravío venial, entonces he adquirido este segundo grado de la piedad, que es la fuga del pecado venial: ésta sería ya la vida sólidamente cristiana. (José Tissot, La vida interior)