La oración de San Esteban (32/43)

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Introducción

En las últimas catequesis hemos visto cómo, en la oración personal y comunitaria, la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura abren a la escucha de Dios que nos habla e infunden luz para comprender el presente. Hoy quiero hablar del testimonio y de la oración del primer mártir de la Iglesia, san Esteban, uno de los siete elegidos para el servicio de la caridad con los necesitados. En el momento de su martirio, narrado por los Hechos de los Apóstoles, se manifiesta, una vez más, la fecunda relación entre la Palabra de Dios y la oración.

El juicio de San Esteban

Esteban es llevado al tribunal, ante el Sanedrín, donde se le acusa de haber declarado que «Jesús… destruirá este lugar, [el templo], y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés» (Hch 6, 14). Durante su vida pública, Jesús efectivamente anunció la destrucción del templo de Jerusalén: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19).

Sin embargo, como anota el evangelista san Juan, «él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron en la Escritura y en la Palabra que había dicho Jesús» (Jn 2, 21-22).

Jesucristo, el lugar del encuentro definitivo con Dios

El discurso de Esteban ante el tribunal, el más largo de los Hechos de los Apóstoles, se desarrolla precisamente sobre esta profecía de Jesús, el cual es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto y sustituye, con la ofrenda que hace de sí mismo en la cruz, lo sacrificios antiguos.

Esteban quiere demostrar que es infundada la acusación que se le hace de cambiar la ley de Moisés e ilustra su visión de la historia de la salvación, de la alianza entre Dios y el hombre. Así, relee toda la narración bíblica, itinerario contenido en la Sagrada Escritura, para mostrar que conduce al «lugar» de la presencia definitiva de Dios, que es Jesucristo, en particular su pasión, muerte y resurrección.

En esta perspectiva Esteban lee también el hecho de que es discípulo de Jesús, siguiéndolo hasta el martirio. La meditación sobre la Sagrada Escritura le permite de este modo comprender su misión, su vida, su presente. En esto lo guía la luz del Espíritu Santo, su relación íntima con el Señor, hasta el punto de que los miembros del Sanedrín vieron su rostro «como el de un ángel» (Hch 6, 15).

Ese signo de asistencia divina remite al rostro resplandeciente de Moisés cuando bajó el monte Sinaí después de haberse encontrado con Dios (cf. Ex 34, 29-35; 2 Co 3, 7-8).

El Antiguo Testamento y el Templo a la luz de Cristo

En su discurso, Esteban parte de la llamada de Abrahán, peregrino hacia la tierra indicada por Dios y que tuvo en posesión sólo a nivel de promesa; pasa luego a José, vendido por sus hermanos, pero asistido y liberado por Dios, para llegar a Moisés, que se transforma en instrumento de Dios para liberar a su pueblo, pero también encuentra en varias ocasiones el rechazo de su propia gente.

En estos acontecimientos narrados por la Sagrada Escritura, de la que Esteban muestra que está en religiosa escucha, emerge siempre Dios, que no se cansa de salir al encuentro del hombre a pesar de hallar a menudo una oposición obstinada. Y esto en el pasado, en el presente y en el futuro.

Por consiguiente, en todo el Antiguo Testamento él ve la prefiguración de la vida de Jesús mismo, el Hijo de Dios hecho carne, que —como los antiguos Padres— afronta obstáculos, rechazo, muerte.

Esteban se refiere luego a Josué, a David y a Salomón, puestos en relación con la construcción del templo de Jerusalén, y concluye con las palabras del profeta Isaías (66, 1-2): «Mi trono es el cielo; la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me vais a construir o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto?» (Hch 7, 49-50).

En su meditación sobre la acción de Dios en la historia de la salvación, evidenciando la perenne tentación de rechazar a Dios y su acción, afirma que Jesús es el Justo anunciado por los profetas; en él Dios mismo se hizo presente de modo único y definitivo: Jesús es el «lugar» del verdadero culto.

Esteban no niega la importancia del templo durante cierto tiempo, pero subraya que «Dios no habita en edificios construidos por manos humanas» (Hch 7, 48). El nuevo verdadero templo, en el que Dios habita, es su Hijo, que asumió la carne humana; es la humanidad de Cristo, el Resucitado que congrega a los pueblos y los une en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

La expresión sobre el templo «no construido por manos humanas» se encuentra también en la teología de san Pablo y de la Carta a los Hebreos: el cuerpo de Jesús, que él asumió para ofrecerse a sí mismo como víctima sacrificial a fin de expiar los pecados, es el nuevo templo de Dios, el lugar de la presencia del Dios vivo; en él Dios y el hombre, Dios y el mundo están realmente en contacto: Jesús toma sobre sí todo el pecado de la humanidad para llevarlo en el amor de Dios y para «quemarlo» en este amor.

Acercarse a la cruz, entrar en comunión con Cristo, quiere decir entrar en esta transformación. Y esto es entrar en contacto con Dios, entrar en el verdadero templo.

El martirio de San Esteban, realización de su mensaje

La vida y el discurso de Esteban improvisamente se interrumpen con la lapidación, pero precisamente su martirio es la realización de su vida y de su mensaje: llega a ser uno con Cristo.

Así su meditación sobre la acción de Dios en la historia, sobre la Palabra divina que en Jesús encontró su plena realización, se transforma en una participación en la oración misma de la cruz. En efecto, antes de morir exclama: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59), apropiándose las palabras del Salmo 31 (v. 6) y recalcando la última expresión de Jesús en el Calvario: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46); y, por último, como Jesús, exclama con fuerte voz ante los que lo estaban apedreando: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7, 60).

Notemos que, aunque por una parte la oración de Esteban recoge la de Jesús, el destinatario es distinto, porque la invocación se dirige al Señor mismo, es decir, a Jesús, a quien contempla glorificado a la derecha del Padre: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (v. 56).

La fortaleza de San Esteban

Queridos hermanos y hermanas, el testimonio de san Esteban nos ofrece algunas indicaciones para nuestra oración y para nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿De dónde sacó este primer mártir cristiano la fortaleza para afrontar a sus perseguidores y llegar hasta el don de sí mismo?

La respuesta es sencilla: de su relación con Dios, de su comunión con Cristo, de su meditación sobre la historia de la salvación, de ver la acción de Dios, que en Jesucristo llegó al culmen. También nuestra oración debe alimentarse de la escucha de la Palabra de Dios, en la comunión con Jesús y su Iglesia.

Una relación cordial entre Dios y los hombres

Un segundo elemento: san Esteban ve anunciada, en la historia de la relación de amor entre Dios y el hombre, la figura y la misión de Jesús. Él —el Hijo de Dios— es el templo «no construido con manos humanas» en el que la presencia de Dios Padre se ha hecho tan cercana que ha entrado en nuestra carne humana para llevarnos a Dios, para abrirnos las puertas del cielo.

Nuestra oración, por consiguiente, debe ser contemplación de Jesús a la derecha de Dios, de Jesús como Señor de nuestra existencia diaria, de mi existencia diaria. En él, bajo la guía del Espíritu Santo, también nosotros podemos dirigirnos a Dios, tomar contacto real con Dios, con la confianza y el abandono de los hijos que se dirigen a un Padre que los ama de modo infinito. Gracias.

Catequesis del Papa Benedicto XVI del 2 de mayo de 2012

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Índice general

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Hch 7, 1 – 56

1. El Sumo Sacerdote preguntó: «¿Es así?»

2. El respondió: «Hermanos y padres, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes de que se estableciese en Jarán

3. y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que yo te muestre.

4. Entonces salió de la tierra de los caldeos y se estableció en Jarán. Y después de morir su padre, Dios le hizo emigrar de allí a esta tierra que vosotros habitáis ahora.

5. Y no le dio en ella en heredad ni la medida de la planta del pie; sino que prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, aunque no tenía ningún hijo.

6. Dios habló así: Tus descendientes residirán como forasteros en tierra extraña y les esclavizarán y les maltratarán durante cuatrocientos años.

7. Pero yo juzgaré – dijo Dios – a la nación a la que sirvan como esclavos, y después saldrán y me darán culto en este mismo lugar.

8. Le dio, además, la alianza de la circuncisión; y así, al engendrar a Isaac, Abraham le circuncidó el octavo día, y lo mismo Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas.

9. «Los patriarcas, envidiosos de José, le vendieron con destino a Egipto. Pero Dios estaba con él

10. y le libró de todas sus tribulaciones y le dio gracia y sabiduría ante Faraón, rey de Egipto, quien le nombró gobernador de Egipto y de toda su casa.

11. Sobrevino entonces en todo Egipto y Canaán hambre y gran tribulación; nuestros padres no encontraban víveres.

12. Pero al oír Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres una primera vez;

13. la segunda vez José se dio a conocer a sus hermanos y conoció Faraón el linaje de José.

14. José envió a buscar a su padre Jacob y a toda su parentela que se componía de 75 personas.

15. Jacob bajó a Egipto donde murió él y también nuestros padres;

16. y fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que había comprado Abraham a precio de plata a los hijos de Jamor, padre de Siquem.

17. «Conforme se iba acercando el tiempo de la promesa que Dios había hecho a Abraham, creció el pueblo y se multiplicó en Egipto,

18. hasta que se alzó un nuevo rey en Egipto que no se acordó de José.

19. Obrando astutamente contra nuestro linaje, este rey maltrató a nuestros padres hasta obligarles a exponer sus niños, para que no vivieran.

20. En esta coyuntura nació Moisés, que era hermoso a los ojos de Dios. Durante tres meses fue criado en la casa de su padre;

21. después fue expuesto y le recogió la hija de Faraón, quien le crió como hijo suyo.

22. Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y fue poderoso en sus palabras y en sus obras.

23. «Cuando cumplió la edad de cuarenta años, se le ocurrió la idea de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel.

24. Y al ver que uno de ellos era maltratado, tomó su defensa y vengó al oprimido matando al egipcio.

25. Pensaba él que sus hermanos comprenderían que Dios les daría la salvación por su mano; pero ellos no lo comprendieron.

26. Al día siguiente se les presentó mientras estaban peleándose y trataba de ponerles en paz diciendo: «Amigos, que sois hermanos, ¿por qué os maltratáis uno a otro?»

27. Pero el que maltrataba a su compañero le rechazó diciendo: » ¿Quién te ha nombrado jefe y juez sobre nosotros?

28. ¿Es que quieres matarme a mí como mataste ayer al egipcio? »

29. Al oír esto Moisés huyó y vivió como forastero en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos.

30. «Al cabo de cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí, sobre la llama de una zarza ardiendo.

31. Moisés se maravilló al ver la visión, y al acercarse a mirarla, se dejó oír la voz del Señor:

32. » Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. » Moisés temblaba y no se atrevía a mirar.

33. El Señor le dijo: «Quítate las sandalias de los pies, pues el lugar donde estás es tierra santa.

34. Bien vista tengo la opresión de mi pueblo que está en Egipto y he oído sus gemidos y he bajado a librarles. Y ahora ven, que te enviaré a Egipto.»

35. «A este Moisés, de quien renegaron diciéndole: ¿quién te ha nombrado jefe y juez? , a éste envió Dios como jefe y redentor por mano del ángel que se le apareció en la zarza.

36. Este les sacó, realizando prodigios y señales en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años.

37. Este es el Moisés que dijo a los israelitas: Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos.

38. Este es el que, en la asamblea del desierto, estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres; el que recibió palabras de vida para comunicárnoslas;

39. este es aquel a quien no quisieron obedecer nuestros padres, sino que le rechazaron para volver su corazón hacia Egipto,

40. y dijeron a Aarón: «Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque este Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto no sabemos qué ha sido de él.»

41. E hicieron aquellos días un becerro y ofrecieron un sacrificio al ídolo e hicieron una fiesta a las obras de sus manos.

42. Entonces Dios se apartó de ellos y los entregó al culto del ejército del cielo, como está escrito en el libro de los Profetas: ¿Es que me ofrecisteis víctimas y sacrificios durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel?

43.Os llevasteis la tienda de Moloc y la estrella del dios Refán, las imágenes que hicisteis para adorarlas; pues yo os llevaré más allá de Babilonia.

44. «Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio, como mandó el que dijo a Moisés que la hiciera según el modelo que había visto.

45. Nuestros padres que les sucedieron la recibieron y la introdujeron bajo el mando de Josué en el país ocupado por los gentiles, a los que Dios expulsó delante de nuestros padres, hasta los días de David,

46. que halló gracia ante Dios y pidió encontrar una Morada para la casa de Jacob.

47. Pero fue Salomón el que le edificó Casa,

48. aunque el Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre como dice el profeta:

49. El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies. Dice el Señor: ¿Qué Casa me edificaréis? O ¿cuál será el lugar de mi descanso?

50. ¿Es que no ha hecho mi mano todas estas cosas?

51. «¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros!

52. ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado;

53. vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado.»

54. Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él.

55. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios;

56. y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.»


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