Tuyo soy

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Tuyo soy

En la oración nos ponemos en presencia del Señor como del Tú absoluto, que nos saca del terreno de nosotros mismos y nos hace penetrar en su proprio misterio. La verdadera oración nos hace olvidarnos de nosotros y nos eleva la mente y la corazón hacia el Señor.

Fiarnos del Señor

Es algo parecido a la llamada de Abrahán que dejó su tierra para ir a la tierra que el Señor le iba a indicar: «Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre hacia la tierra que yo te mostraré» (Gen 12,1). El orante tiene que abandonar terreno conocido para ir poco a poco entrar en la tierra de Dios que conoce menos o por completo. Se tiene que fiar del Señor y de su palabra y abandonarse. Poco a poco deja de ser de él o ella mismos y comienza a ser más y más de Dios. La persona va penetrando más y más en el misterio de Dios aunque siempre habrá una distancia infinita entre los dos. Pero ella va saboreando más y más el amor de Dios y va recibiendo más y más amor y luz de Él.

Penetrando en este santuario del Dios uno y trino la persona tiene cada vez mayor conciencia que no se pertenece, que es de Dios, que salió de Él y que debe volver a Él. Poco antes de morir, al iniciar a celebrar la Pascua con sus discípulos, nos dice el Evangelista San Juan que Jesús «sabiendo que era venida la hora de pasar de este mundo al Padre» quiso manifestar su amor hasta el final (Cf. Jn 13, 1). Él sabía que «había salido de Dios y que a Dios volvía» (Jn 13, 3). Jesús sabía que era del Padre y que volvía al Padre. De modo semejante en la oración vamos vamos percibiendo cada vez con mayor claridad que somos de Dios, que le pertenecemos, que nuestra vida no tiene sentido sin Él. Por ello con mayor fuerza el alma siente el deseo de expresar esta verdad con éstas u otras palabras semejantes: «Tuyo soy. Te pertenezco, no me pertenezco a mí mismo, sino a Ti. Por ello quiero hacer de mi vida lo que Tú quieras de ella». Sabemos que el que ama de verdad siente la necesidad de ponerse al servicio de la persona amada porque sabe que es de ella y que ya no se pertenece.

Somos tuyos porque Tú nos has creado

Esta verdad la captó de modo nítido Santa Teresa de Ávila cuando es su poesía cantaba: «Vuestra soy, pues me criaste, vuestra, pues me redimiste, vuestra, pues que me sufriste, vuestra, pues que me llamaste, vuestra, porque me esperaste, vuestra, pues no me perdí. ¿Qué mandáis hacer de mí?». Ella enumera los motivos por los cuales se siente pertenecer a Dios: Él la ha creado la ha redimido, ha sufrido por ella, la ha llamado, la ha esperado con su misericordia. Siente el gozo de ser de Dios. No es un peso pertenecerle, sino una liberación y por ello se siente impulsada a decir: «¿qué quieres hacer de mi vida? Puesto que soy tuya».

De este sentido de pertenencia a Dios, surgen muchas oraciones de ofrecimiento a Él como ésta: «Te ofrezco mis manos para hacer tu trabajo; te ofrezco mis pies para seguir tu camino; te ofrezco mis ojos para ver como Tú ves; te ofrezco mi lengua para decir tus palabras; te ofrezco mi mente para que Tú pienses en mí; te ofrezco mi espíritu para que Tú reces en mí; te ofrezco sobre todo mi corazón para que por medio de mí ames a tu Padre y a todos los hombres. Te doy todo mi ser para que Tú crezcas en mí, para que Tú, Cristo, sea quien vive, trabaja y ora en mí». Le devolvemos nuestro ser a Dios como una ofrenda de amor porque somos suyos.


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